De la mano de Élmer Mendoza redescubro la novela negra, un género que, seguramente por cobardía, suelo evitar.
En La Prueba del Ácido el autor rescata al protagonista de Balas de Plata, Edgar “El Zurdo” Mendieta, esta vez para resolver el caso de Mayra Cabral, una de las bailarinas del Alexa, un local de striptease, que es asesinada en una noche con Luna a sangre fría en un descampado a las afueras de la ciudad. En un entorno político y social delicado, este policía atormentado habrá de enfrentarse al mundo del narco, al FBI, a antiguos amores y, por si fuese poco, a sus fantasmas e inseguridades. Zurdo deberá aprender a convivir con su fracaso, a aceptarse a sí mismo de una vez. O quizás ya sea tarde para eso.
El ritmo de la novela es frenético, el desarrollo coherente y las líneas narrativas encajan a la perfección, sin embargo, cabe comentar que aunque rápida, la lectura requiere por parte del lector una actitud activa tanto para aprender a identificar a los personajes en los diálogos como para superar la barrera del vocabulario si es que, como en mi caso, no se está familiarizado con la jerga.
Hablaba Élmer Mendoza en la presentación que tuvo lugar en la Biblioteca Infanta Elena de Sevilla de la dificultad de frenar la acción en el proceso de fabricación del relato. Explicaba que, aún contando con herramientas literarias a tal propósito, existe un “punto de no retorno” en el que los hechos no tienen más que desarrollarse en el único sentido posible. Decía también que el autor sabe con qué idea se sienta a escribir, pero nunca sabía cómo concluirá la misma, pues el resultado rara vez es el imaginado. Quedé maravillada de la descripción tan “física” que hace el autor de algo, en principio, tan etéreo como es la abstracción. Lo describe como algo natural, innato.
En la obra la violencia es omnipresente y la tensión social patente. A ritmo de jazz y bajo un lenguaje casi poético se desarrolla una trama vertiginosa, compleja en sus personajes, que nos acerca a una realidad devastadora. Una realidad en la que los asesinatos de mujeres quedan archivados y sus responsables impunes ante una justicia asustadiza y esquiva. Una realidad en la que la sociedad se rindió al narcotráfico, en la que los robos, los secuestros y la inseguridad son, lamentablemente, algo más que ficción.
En una mezcla agridulce, la dureza del relato contrasta con la suavidad de la prosa y comprobamos cómo con palabras hermosas se pueden describir hechos verdaderamente atroces.
Estoy feliz de haberlo descubierto. Mendoza se queda en mi mesita.